Colaboración: Comunismo y Libertad.

Colaboración: Comunismo y Libertad.

Antonio Zugasti.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se relata la vida de los primeros cristianos, los más cercanos a Jesús de Nazaret, podemos leer: “Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”.

Un poco más adelante este texto de la Biblia insiste: “El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común”. El resultado era que: “Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba”.

Mucho han cambiado los sucesores de los apóstoles en estos dos mil años, pero algo ha permanecido. En las distintas órdenes y congregaciones religiosas, nadie tiene nada como propio, todo es de la comunidad. Esta forma de vida, que se conoce como  vida religiosa,  en la Iglesia se denomina estado de perfección. O sea, se reconoce que esa vida de comunidad es mejor que andar cada uno preocupándose por lo suyo. Resulta, pues, bastante extraño que personas que se confiesan cristianas miren horrorizadas al comunismo, que fue algo normal en las primeras comunidades cristianas.

Lo que sí es sobradamente conocido y recordado es que la Unión Soviética, en la que se implantó un sistema llamado comunista, fue una dictadura feroz, donde no había el menor respeto a los derechos humanos, especialmente bajo el gobierno de Stalin. Pero también podemos ver en todos los libros de historia que la Unión Soviética en la segunda guerra mundial se enfrentó ferozmente a tres países también con gobiernos autoritarios: Alemania e Italia con unas dictaduras férreas, y El Japón bajo una monarquía absoluta.

Lo que ya está sepultado en el olvido es que  esas dictaduras criminales estaban construidas sobre un sistema económico claramente capitalista. Que la gran industria alemana –por supuesto, privada– cooperó  eficazmente para que Hitler formara el gran ejército con que conquistó media Europa –y de paso asesinó a millones de hombres, mujeres y niños por el simple hecho de ser judíos–.

¿Tiene algo que ver el sistema económico capitalista con los crímenes nazis? Todos los voceros del capitalismo clamarán indignados: ¡Naturalmente que no tuvo nada que ver! Una cosa es el sistema económico y otra la estructura política. En cambio todos esos voceros no se cansan de proclamar  que el comunismo está inseparablemente unido a una estructura dictatorial represora de la libertad. No quieren recordar que los primeros cristianos, que lo tenían todo en común, no estaban obligados por nadie, tomaban sus decisiones libremente.

Es verdad que no se ha conseguido llegar a un sistema socialista o comunista construido democráticamente. Pero si echamos la mirada a los últimos decenios, podemos ver una larga lista de golpes de estado –patrocinados por la gran potencia capitalista, los EE. UU– provocados con el fin de derribar a gobiernos democráticos que habían emprendido una vía hacia un sistema más social. Es el capitalismo el que no tiene el menor inconveniente en recurrir a la violencia cuando ve sus intereses en peligro.

Y si un día la humanidad llega por fin a establecer un sistema económico de tipo socialista o comunista, todo el mundo disfrutará de mucha más libertad que en un estado capitalista, donde gozan de una gran libertad los que tienen mucho dinero, pero a ver qué libertad tiene el que se ha visto obligado a aceptar un trabajo precario. Y no digamos los que se mueren de hambre ¿lo hacen libremente?

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